¿Cuánto vale todo ese aprendizaje?
De todos los consejos, frases de corcho y consuelos que recibí la última vez que me quedé sin trabajo esta es mi pregunta preferida. Y se convirtió en mi favorita por dos razones, primero porque es verdad, no puedo calcular cuánto vale lo que aprendí después de trabajar 15 años en multinacionales y salir de la experiencia toda rota por dentro y por fuera. La segunda razón es que, toda esa experiencia corrosiva, nociva y, sí, es cierto, incalculable, la coloqué donde correspondía: MI PROYECTO.
Me llamo Fernanda Santágata, me dicen Fergie y soy la responsable de una locura genial que se llama Olson Harris. Este es el nombre de mi agencia y #HaceloPosible es es slogan que tiene una historia que les voy a contar hoy. Por cierto, mi propósito es retomar este espacio después de unos meses de ausencia para mostrarles cómo hago lo que hago. En otras palabras, de qué se trata ser profesional independiente monotributista en Argentina. Y también, digamos todo, como sucede el milagro de vivir de lo que amo.
Como hoy es el primer día de esta nueva etapa de #HaceloPosible, comenzaré contando la historia de esta frase que hoy ya es un concepto. Durante unos cuantos años, período que incluyó la gestación de este OH, me tocó residir en el complicado y magnético barrio de Montserrat de la ciudad de Buenos Aires. Mi ubicación era un punto intermedio entre el Congreso de la Nación, blanco de todas las protestas sociales, y el Obelisco, punto turístico por excelencia y emblema nacional. Al poco tiempo de mudarme a la zona fundé con una amiga este emprendimiento, empezamos a recibir cada vez más trabajo y las cosas iban más o menos bien, con altibajos, pero bien. Mientras todo tomaba forma, surgían otras cuestiones interesantes como, por ejemplo, la posibilidad de dar cursos y talleres a otrxs emprendedores. Lo que sucede cuando se comienza la vida freelance, y surge de forma natural, es que le dueñe de ese negocio en gestación se convierte en el gurú de su círculo íntimo. Hay un proceso intrínseco al período de arranque en el cual, a la vez que se aprenden temas que nadie te enseñó ni en la escuela ni en la universidad, les pares preguntan. En eso andaba yo por el 2017, a un año y medio del día cero de Olson Harris y a más de 5 años de trabajar de forma independiente. Eso era más o menos mi vida aquel 7 de agosto en el corazón de la Ciudad de la Furia.
Una de estas cosas que no te dicen de la vida autogestionada es que vas a tener que hacer muchas tareas que no te gustan. En criollo: la autogestión no es apta para caprichosxs. Si no tenes disponibilidad mental y emocional para hacer actividades que no estaban en los planes entonces retrocedé que estás a tiempo. En este sentido, mi historia no fue la excepción. Yo quería que Olson Harris sea mi pasaporte hacia vivir de escribir pero la gran mayoría de los temas sobre los cuales lo hacía me importaban nada o menos que nada. Peor aún, muchos tópicos me desagradaban bastante, más me representaban ingresos fijos. Por supuesto, hubo honrosas y nutritivas excepciones de las cuales hablaremos otro día y que generaron frutos que cosecho hasta el día de hoy. Entonces, para no morir de aburrimiento y frustración, decidí decorar mis horas de escritura con un blog que es, ni más ni menos, que este mismo. En honor a la verdad, el botón de Blogger estaba colocado en la web de la agencia desde que la lanzamos en 2016 pero no le encontrábamos la vuelta. Entonces, desde mi función de redactora (entre otras miles de funciones en modo multitasking), tomé las riendas y me hice cargo de la plataforma.
¿Qué escribo? ¿De qué hablo? ¿Yo no tengo nada interesante para contar?
Hoy resondo estas preguntas con mis alumnxs en los talleres, las mismas que un día me hice yo y que, cada tanto, regresan en modo de invasión zombie. En general, las respuestas a estos interrogantes aparecen solas. Como me pasó a mí el 7 de agosto del 2017, cuando buscaba con qué rellenar un botón repleto de hojas en blanco. Lo que hoy digo en clase, es lo mismo dije en aquel momento: Todes tenemos una historia para contar. Vivimos en una sociedad extremadamente cruel que define a sus integrantes por su lugar de pertenencia. Muchxs llaman a esto meritocracia y consiste en la utilización de privilegios, o derechos para pocos, a partir del lugar de nacimiento, de residencia, de estudio y de trabajo, entre otros. Conforme a esta lógica perversa muchas generaciones fuimos educadas en la cultura de buscar trabajo y nunca nadie nos habló de generarlo. Además, a los escasos beneficios que el mercado laboral le otorga a sus empleados se lo denomina “derechos adquiridos” para dejar bien en claro que rechazarlos es, cuanto menos, una ingratitud. Para que el concepto termine de cerrar, a la condición de empleador y empleadx se la llama “relación de dependencia” ¿Alguna vez analizaron esa expresión? Es un vínculo en el cual unx depende de otrx para vivir. Y así, con toda esta carga simbólica, miles de millones de personas en Argentina durante décadas y décadas hipotecaron sus presentes y futuros con la convicción que la única forma de sobrevivir es tener suerte. La suerte de conseguir el trabajo de sus vidas.
Durante muchos años de mi vida estuve en sintonía con San Cayetano. Cabe aclarar que no soy católica y no es una cuestión solo de creencias, ni siquiera estoy bautizada, muchos menos tomé la comunión. Lo que sucedió es que cursé la escuela secundaria en un barrio contiguo a Liniers y, por cuestiones familiares que no vienen al caso, durante mucho tiempo transité las veredas de esa iglesia. Por razones diversas, siempre algo me lleva de nuevo a la zona Sanca, como lo suelo llamar. Los santos populares ya no pertenecen ni a los curas ni al Vaticano y los rituales populares son movimientos de muchísima energía que fluye por fuera de las instituciones. Por estas razones, me permití siempre simpatizar con este patrono del trabajo. A lo largo de mi existencia he conocido muchas historias sobre San Cayetano y sus fieles y me he sorprendido con emoción y respeto. Casi que estaba escrito en el destino que #HaceloPosible iba a nacer un 7 de agosto mientras observaba, y lloraba, por la peregrinación más impresionante que había visto jamás de personas que pedían trabajo. Las columnas de gente bajaban por la avenida 9 de julio, la más ancha del mundo, muy cerca de mi departamento en Montserrat. Había visto muchas marchas de SanCa pero ninguna como la del 7 de agosto de 2017 y no me alcanzaban los ojos para contemplar esa postal desesperada. Pero, toda esa gente que “pedía” ¿Alguna vez había considerado otra opción? Y ahí llegó sin pedir permiso una idea. No tenía una forma real en la que yo pudiese transmitir lo que había aprendido en mis años de desempleada, mucho menos hacerlo a millones de desconocidxs adoradores de San Cayetano. Pero lo que sí podía hacer era construir un espacio en el cual contar lo que viví, lo que decidí, lo que experimento todos los días y cómo es la experiencia de construir el propio empleo. Claro que podía hacerlo, y estaba a un botón de distancia.
¿Cuánto vale ese aprendizaje?
Vale un montón y por eso escribo en este blog todo lo que sé sobre emprender. Bienvenidos a #HacelPosible, comunidad de autogestión para todos, todas y todes.
Fernanda Santágata